ARYA era una perrita que vagaba sola por las playas de Chipiona. Tuvo la suerte de que nuestra colaboradora Ana se cruzara con ella y la rescatara pues había sido abandonada. Hoy vive feliz con una familia en la que están trabajando mucho para que pueda ser una perra equilibrada y feliz.
La forma más bonita de conocer una historia es a través de las palabras de aquellos que la han vivido. Tenemos la suerte de poderos contar la historia de Arya en boca de sus protagonistas. Sólo falta el testimonio de ARYA pero estamos seguros de que si pudiera escribirnos nos contaría lo feliz que está. Empezamos con el relato de Ana y cómo se encontró a esta preciosa perrita:
“Siempre oía hablar de rescates, de animales encontrados abandonados, y yo me decía a mí misma: «pues a mí nunca me ha pasado, debe de ser cosa de pueblecitos del Sur y de Toledo» donde más casos de maltrato y abandono se dan. Pues mira tú por dónde que en julio de 2016 lo viví, pasando un fin de semana en casa de mi querida y gran amiga Ana de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), y con Amparo otra gran amiga de la pandilla que se desplazó conmigo desde Madrid. Allí en la playa que pertenece a Chipiona apareció Arya, feliz jugando en la orilla del mar con las olas y con un Yorkshire de una familia que estaba veraneando, creímos mis amigas y yo que eran los dos perros de esa gente, pero cuando nos dimos cuenta Arya se alejaba solita y nadie La reclamaba. Y así fue mi primer rescate y gracias a la ayuda de mis amigas para ir a leerla el chip a la policía y bañarla y quitarla las garrapatas y pasar noche hasta podérmela traer a ALBA. Tuvo la suerte de ser adoptada en seguida en un mes y x una familia monoparental fabulosa que la adoran.”
Una vez en ALBA nos encargamos de revisarla para ver que todo estaba bien. Pasó por el veterinario donde le hicimos las pruebas pertinentes y empezamos a desparasitarla y vacunarla. Se veía de lejos que era una perra con mucha energía y un gran corazón. Tuvo mucha suerte y al mes una familia se fijó en ella. Almudena y su hija Diva se enamoraron de ella y decidieron aumentar la familia con un miembro de cuatro patas. Almudena ha querido compartir su experiencia en el blog que escribe (http://www.almudenataboada.es/). Os dejamos las dos entradas que ha publicado para que podáis leer su experiencia y así animaros a darle una oportunidad a estos animales que tanto lo necesitan:
Decisiones: Arya entra a formar parte de la familia
Hay decisiones que se toman al azar, otras demoran algo más con el riesgo de que la pérdida sea mayor que el beneficio, y están las que se toman midiendo pros y contras durante el tiempo necesario para lanzarse al vacío con un arnés que creemos firme e indestructible.
Adoptar a mi hija fue una decisión meditada pero también con un tanto por ciento de inconsciencia a pesar de las entrevistas con una trabajadora social que utilizó su poder sobre mí con las armas más retorcidas que he tenido que soportar nunca. Entiendo y comparto la necesidad de establecer un control sobre familias adoptivas para evitar devoluciones traumáticas para los niños, pero aquella mujer era especialmente maligna y de no ser por la seguridad en mi propósito, posiblemente habría cerrado la entrada a la maternidad con un buen portazo.
Estos días ha entrado un nuevo miembro en la familia: una perrilla con ojos de caramelo y piel canela a quien hemos adoptado en una protectora de animales. Confieso mi negativa a tener seres vivos con orejas en casa con noes rotundos que han quedado en polvo de serrín ante la insistencia de la pequeña Taboada, el chantaje emocional al que me ha sometido (y que ha dado resultado), sus argumentos y los cientos de ventajas que aporta una mascota acorde a lo que proclaman psicólogos y pedagogos en relación a la formación de un niño. Mi adolescente es mi talón de Aquiles, el top de mi debilidad cuando se trata de proporcionarle recursos para madurar con la estabilidad, cariño y seguridad que no recibió al nacer entre adultos con hielo en las entrañas.
La llegada de Arya ha revolucionado la paz familiar desde hace una semana; mi hija no durmió durante tres noches contando las horas hasta que nos la trajeran a casa, la cuarta tampoco porque la perrilla estaba nerviosa y brincaba como un chimpancé sabrosón alrededor de las piernas; he comprado palillos para sujetar los párpados ante el ordenador de la oficina, inoculado cafeína en las venas, paciencia en el hipotálamo y lejía en el agua de fregar, los bájate del sofá, aquí no se entra o no te subas a la mesa rebotan en las paredes con la guinda del reproche filial en la oreja que oye: mamá, que la asustaaaasss. La palabra educación canina resbala en las neuronas de una cría que no entiende de normas aplicables a un animal, que las necesita, al igual que ella las reclamaba de niña para sentir que yo no era una visita que le daba un arrumaco para abandonarla diez minutos después como tanta gente que acudía al orfanato con un paquete de golosinas y poco más.
Cada mañana, al salir hacia el trabajo, he visto pasear perros con la chirigota oscilando en el cuello: ¡qué pringado! Las bolsitas para excrementos me daban repelús, imaginar un enano peludo en el salón escalofriaba el cogote, y la idea de fines de semana o vacaciones con la complicación de la mascota detonaba el NO como una bala directa a la pequeña Taboada si tenía a bien emular el candor del Gato con Botas en la película de Shrek.
Han bastado unos pocos días para que madrugar con el resto de los pringados sea un estímulo para deleitarme con el amanecer al otro lado de mis ventanas, aplaudo con fervor a mi perrilla cuando me inclino para utilizar la bolsita de excrementos, me derrito cuando contemplo la alegría mi hija con Arya apoyada en sus rodillas y los juramentos y maldiciones que exhalo cuando rompe la barrera de las buenas maneras se convierten en burbujas de gaseosa pulverizadas con la súplica de perdón que intuyo en las pupilas doradas.
Decisiones, la vida es una cuestión de decisiones tomadas con la razón o el impulso incontenible de un corazón inquieto. Los más privilegiados elegimos cómo y de qué manera deseamos andar por la senda de nuestra biografía con sus éxitos o fracasos que más vale aceptar si no queremos enterrarnos en agujeros colmados de amargura. Arya se nos ha colado en casa por decisión propia y al margen de cientos de sugerencias y consejos de amigos con sus enhorabuenas o estás loca expuestos con idéntico cariño. Formará parte del surco que mi hija labremos con las huellas de nuestros pies, nos acompañará con sus lametones de bienvenida y sus carantoñas de fidelidad en las rodillas. Seguramente habrá momentos en los que miraré atrás y repetiré como un mantra: en qué hora… en qué hora…pero cuando ocurra, cuando me pregunte por qué no me negué por enésima vez a los ruegos de la pequeña Taboada, mis ojos tropezarán con la mirada de caramelo suplicando perdón y, entonces, pensaré:
De acuerdo, pequeña, tu ganas.
Segundo texto: un mes con Arya
Arya ha cumplido poco más de un mes en casa. Confieso que la idea de tener una cuatro patas con hocico alrededor de mis piernas nunca fue un plan al que me quisiera apuntar con especial interés, de hecho, la idea de combinar la rutina con una correa y bolsitas de colores por el parque provocaba la adicción a conjugar el No en todos los tonos y vertientes idiomáticas.
El aterrizaje canino entre las Taboadas fue algo escandaloso porque Arya es toda una soprano cuando se pone a ladrar a los juguetes, mosquitos y colegas con los que no aprende el código de las buenas maneras por mucha salchicha que le ofrezca a cambio del buen comportamiento con los semejantes peludos. Sabueso que descubre en la distancia, sabueso que termina turulato frente al desafío de mi podenca por muchos kilos de más que recubran el esqueleto contrario.
A los vecinos los tiene fritos con su recibimiento a brincos hasta la barbilla. Hay un hombre maduro, gordocho y con cara de buena gente que lo machaca con sus envites desde el cerco del collar sujeto por mis manos. He intentado dialogar en su lenguaje para que controle el genio pero no hay manera, tan pronto el gordito baja por la escalera, Arya se coloca en posición cabeza de flecha y arremete contra el pobre señor quien, con toda la pachorra del mundo, le dice: vamos, vamos, que no soy tan malo…. Si algún incauto asoma la cabeza por la puerta del ascensor y encuentra mi medio metro cantando la Traviata, se vuelve a introducir en el recinto y no sale hasta que no nos ve partir, bien amarraditas, hacia la calle.
He hablado con una educadora que me ha remitido unos cinco o seis documentos con pautas para rebajar el estrés de nuestra fiel compañera. El primero: en caso de mordisqueo repetitivo, gritar ¡Ay! y salir de la habitación. Contados, mi hija y yo hemos contado unos cincuenta Ays diarios porque no hay nada que Arya aprecie más que apresar pantalones, jerseys, pañuelos, mangas y zapatos con las fauces de su hocico como forma de súplica para conseguir una caricia o el juego de lanza la pelota que yo te la recojo. Le hemos explicado que así no se llega a ningún lado, que hay muchas formas de pedirnos que juguemos con ella, hemos practicado el lamento en todas sus acepciones, y descubierto que únicamente con pedacitos de cilindro en carne apacigua su pasión por desgarrarnos la ropa.
Las instrucciones recibidas para socializar con los humanos incluyen premios a la longaniza para evitar que centre su atención en los habitantes de la barriada y, las relativas a la regadera de pis en la alfombra del portal, otra tanda de partículas que huelan a cerdo, pavo o pollo comprimido: en definitiva, me he abonado a los pack ahorro del supermercado para construir caminos con migas de chicha para dejar rastro al estilo de Pulgarcito con una variante: Arya sabe regresar a casa.
Las noches son bastante tranquilas excepto cuando le da por regalarnos un concierto de los suyos en caso de advertir la sombra de un trasnochador por delante de la ventana. No dudamos en que sus recitales tienen la ventaja de ahuyentar posibles ladrones, pero cuando abro el buzón y palpo el suelo con los dedos, hay por ahí un puntito de miedo a descubrir un papel escrito a mano: ¡Calle a su perra!
Un mes con tambores de amor en las patas que trepan hacia la cadera, una jauría de lametones y la calidez de su gemido cuando ruega el tacto que apacigüe sus miedos.
Mimosa, inquieta y cantante intempestiva, pero ¡qué demonios!
No podríamos vivir sin ella.
Almudena Taboada.
Arya es una perrita muy especial, joven y con muchos miedos, imaginamos por su raza y corta vida anterior en reala seguramente. Lo que sí puedo confirmar es que parece más humana que can, necesita el contacto humano y hasta te abraza. Mantenemos una estrecha amistad Almudena y Diva (mami y hermana adoptiva) y yo (su rescatadora)…hasta la llamo por teléfono y la hablo! Estoy orgullosa de rescatarla, pero más agradezco a ALBA que la dió la oportunidad y a su familia adoptiva que os aseguro la quieren con locura y la han dado una segunda y definitiva vida con calidad. Gracias Arya por cruzarte en nuestros caminos!
Gracias Ana por todo lo que haces no sólo por los animales sino también por las personas. Un beso enorme!