A INSPE «Cierro los ojos y veo tu carita ladeada mirando fijamente a mis ojos… Esa cara, en apariencia tan fiera, pero tan llena de amor y cariño, que solo las personas que te hemos conocido de cerca conocíamos.Pienso en la mala suerte que has tenido Inspe, no te lo merecías, en lo injusta que es la vida y en como los astros marcan nuestro destino…
Ayer cuando te buscábamos me emocionaba de compartir y ver a tantas personas preocupadas por cómo podrías estar, qué tal noche habrías pasado, en las llamadas y los whatsapp que llegaban preguntando por tí…. y cuando nos enteramos de tu trágico accidente escuchaba, con lágrimas en los ojos, a mi hija Zoe, con sus 6 años, subida a la valla de las vías del tren que me decía boquiabierta: ¿pero por qué no frenó el tren, mamá? ¿ por qué no se esperaron a tirar los petardos por la noche cuando Inspe estaba en su casa?… No tenía respuestas para ella.
Me giré buscando a la familia de Inspe, un padre al que habían convencido y su hijo, encajaban la mala noticia con una mueca de dolor en el rostro y lágrimas en los ojos… un perro al que acababan de conocer pero al que querían como si llevaran con él toda la vida.
Pero una vez más las experiencias hacen reflexionar … desgraciadamente tu despedida de la vida ha sido el punto y final de, seguramente el de muchos perros que asustados y muertos de dolor, que entran en estado de shock al oír un ruido ensordecedor, incomprensible y sorpresivo que nos hacen sacar todos los fantasmas del miedo, perder el control y alejarnos de los que nos proporcionan cuidado y seguridad.
Ahora está en nuestras manos que tu muerte Inspe, no se quede perdida en nuestra memoria sino que sirva de fuerza para concienciar a muchas personas de lo peligroso y perjudicial que resultan los petardos para el bienestar de los animales y que empecemos a generar una cultura de respeto y empatía hacia nuestras mascotas desde los más peques hasta los adultos.
Siempre estarás presente Inspe»
Sara Pinilla
Saltando de casa en casa
Cariñoso incomprendido
La sociedad no te protege,
Nuestra familia (ALBA) te quiere .
Buscándote día y noche ,
Amargo castigo por un descuido
Lucharemos porque no se repita
Destrozados corazones que no te olvidan
Héctor
Carta a INSPECTOR
Te escribo para decirte que hoy es el día más triste de los que llevo en ALBA y es porque te has ido. Debería pensar en que conseguimos que fueras feliz, al menos durante la última etapa de tu vida, pero es que no me consuela. Ahora mismo no me consuela nada. Bueno sí, ¿sabes qué me consolaría? Tú cabeza frotándose contra mis piernas en busca de una caricia. Eso sí que me quitaría esta presión que tengo en el pecho, pero no puede ser.
Todavía me acuerdo de la primera vez que te vi. Estabas en los cheniles de la derecha, con tu inseparable REVISORA. Vaya par de dos. Tú con tu cara de perro fiero y ella con la suya de no haber roto un plato. Nada más lejos de la realidad. REVISORA era la que cortaba el bacalao y tú un bombón relleno de ternura. Ahora que no nos oye nadie, he de confesarte que me diste miedo. Algún cabrón te cortó las orejas a machete para intentar que parecieras más fiero pero ni con esas. Estoy segura de que si algún día entraron en la finca que custodiabas sólo se llevaron lametones.
No recuerdo quién fue el que me dijo que no me fijara en tu apariencia, que eras un perro buenísimo, creo que fue Leti. Así que entré en el chenil y viniste como un toro… en busca de calor. Y ahí nació nuestra historia, nuestra historia y la tuya con la de todos los que forman parte de ALBA porque si algo nos ha unido ha sido el amor hacia los animales y el amor hacia ti. Como en todos los sitios, en el albergue cada uno pensamos de una forma y no estamos de acuerdo en todo. ¿Pero sabes qué? Hoy todos estamos pensando lo mismo, independientemente de cómo nos llevemos. Estamos pensando en lo que te queremos, en lo que te vamos a echar de menos, en tus ojos, en tu mirada… Sólo el que te conociera sabe a qué me refiero. No necesitabas hablar para expresar el amor que sentías por todos nosotros y eso es algo que no vamos a olvidar nunca.
La vida ha sido muy injusta contigo. Viniste al mundo casi seguro en una camada indeseada. Camada indeseada, qué paradoja, dos palabras antagónicas pues una camada de perros es sinónimo de nobleza y amor. Y en tu caso la nobleza era seña de identidad. Viviste en una finca donde no te cuidaban y donde no te daban amor de ningún tipo, más bien palos diría yo. Cuando fuimos a hacer inspección por el polígono donde vivías no se quisieron responsabilizar de ti. Carolina se enamoró de vosotros y os trajo a ALBA.
Fuiste una adopción difícil, por tu aspecto creo yo porque en cuanto pasaban cinco minutos contigo quedaban prendados. También porque necesitabas una familia que estuviera dispuesta a trabajar contigo para terminar con los miedos que tanto te asustaban como el ruido o los coches. Tras mucho buscar y gracias a la insistencia de los voluntarios encontramos un hogar. Tu familia te esperaba ansiosa y te recibió con los brazos abiertos. La mala suerte tocó de nuevo a tu puerta, no te ha dejado disfrutar a penas del cariño que te estaban dando. En tu paseo de la noche te asustaste y, como ibas cogido sólo del arnés, te soltaste y saliste despavorido. Los fuegos artificiales de las fiestas de al lado de tu nuevo hogar te alejaron más de ellos. Corriste y corriste hasta que te topaste con el tren. Fue rápido y seguro que no te diste ni cuenta pequeño ángel.
Me pongo a pensar y no hay un solo voluntario al que no recuerde contigo, mimándote. Creo que has sido de los perros favoritos de todos los que hemos pasado por ALBA. Por tu historia, por tu mala suerte y, sobre todo, por tu forma de ser. Prueba de ello es que muchísima gente se ha movilizado para buscarte. Prueba de ello es la gran cantidad de corazones que hoy están muy tristes por tu ausencia.
INSPECTOR, gracias por habernos unido a todos de alguna u otra manera. Gracias por habernos honrado con tu paso por nuestras vidas. Gracias por habernos enseñado que se puede olvidar el rencor a pesar del daño que te hayan hecho otros seres humanos. Gracias por tener siempre una carantoña para nosotros. Gracias por habernos enseñado que las apariencias engañan. Gracias por tu mirada, eso es lo que tendré grabado siempre, tu mirada.
Conociéndote como te he conocido sé que no querrías que estuviéramos tristes pero permítenos esta licencia. Ha sido un palo muy grande, tanto como el tamaño de tu corazón. Por ti hemos de sacar algo positivo, que no debemos relajarnos con las medidas de seguridad. Todos nos hemos confiado alguna vez y hemos estado cerca de provocar un accidente, unos más y otros menos. Todos hemos pensado “qué pesado es tal o cual persona que no para de decirme que tenga cuidado al manipular a los perros”. Pues bien, los accidentes suceden y no se pueden evitar. Las negligencias sí se pueden evitar y eso va por todos y cada uno de nosotros, por mí la primera. Debemos hacer examen de conciencia y ver en qué podemos mejorar, debemos hacerlo por INSPECTOR.
INSPECTOR, ahora estás en el lugar donde van las almas puras. Así es como llamo al sitio donde están tantos y tantos como tú. Estarás jugando con FAJARDO, AVE FÉNIX, GASCONA, CHALCHALERA, ERNIESTO, COLETAS, CAMELA y tantos otros que no puedo enumerar porque estaría toda la vida sentada frente al ordenador.
INSPECTOR, te queremos, te echaremos muchísimo de menos y desde lo más profundo de mi corazón y desde el de todos mis compañeros: GRACIAS POR HABER COMPARTIDO PARTE DE TU VIDA CON NOSOTROS.
Patricia Vadillo.
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Inspector: sueños rotos
Comenzó por venir a casa una vez a la semana. Así nuestra gata y él podían ir aceptándose recíprocamente. Después, vino también su camita y su manta, para que su olor se fuera integrando a nuestro entorno.
Progresivamente, el deseo de que estuviera a nuestro lado fue creciendo, alimentado por la luz de su mirada bondadosa; por el vaivén de su colita en continuo movimiento; por el toque leve de su hocico húmedo, que no cesaba de repartir caricias….
Desde hacía un par de semanas, estaba permanentemente con nosotros.
-¡Inspector: ven!
Y acudía sigiloso, dócil y dulce, siempre confiado, aunque tímido y discreto. Yo no necesitaba abrir los ojos para saber que estaba ahí, junto a mi cama: su incansable colita tamborileaba rítmicamente contra el colchón mientras esperaba paciente que yo me dignara despertarme. Después, cuántas caricias. ¡Qué placer abrazarle! ¿Quién podría hacerle daño a una criatura así?
Pero sí: hay quien se atreve. Fue rescatado cuando tenía unos cinco años de un lugar en el que permanecía hacinado junto con otros perros. Del tiempo transcurrido allí poco sabemos, pero dos detalles resultaban bastante elocuentes: sus orejas y su temor.
Dice Carolina que probablemente le cortaron las orejas cuando era cachorro, «a lo vivo, sin anestesia, y luego le quemaron los bordes como suele hacer la gentuza y los paletos de pueblo diciendo que es una tradición y se hace así». El sólo pensarlo me produce náuseas.
El menor ruido le causaba sobresalto; cualquier movimiento brusco lo atemorizaba. Ya nos encargaríamos nosotros de que olvidara.
Desde su rescate, su hogar fue ALBA, la Asociación para la Liberación y el Bienestar Animal, donde le prodigaron todo el cariño y los cuidados posibles. Su ternura fue cautivando el corazón de los que por allí pasaban. Y, entre todos, íbamos a ser nosotros los afortunados, los que íbamos a tener la oportunidad de convivir con este dechado de nobleza. Así el domingo Inspector pasó a formar parte de nuestra familia oficialmente.
Bastó un portazo para destrozar nuestras ilusiones y los esfuerzos que se habían sumado para hacer de él un perro feliz. En su pobre ánimo aterrorizado el sonido restalló y lo empujó a correr, a correr ciegamente y sin sentido, presa de la adrenalina. El arnés cedió ante el tirón y quedó suelto, sin límites y sin protección, en su frenética carrera.
Intentamos, sin éxito, encontrarlo antes de que oscureciera.
La fatalidad quiso que se complicaran las cosas: a medianoche se desató el estruendo de los fuegos artificiales que ponían fin a la tradicional Verbena de San Antonio, lo cual sin duda lo estimularía a alejarse.
Paulatinamente, más y más personas fueron uniéndose a la búsqueda: los vecinos, los amigos, los voluntarios de ALBA, la policía… Gracias a la diligencia de todos, al amanecer el barrio entero estaba lleno de sus fotografías, suplicando avisaran si llegaban a verlo.
Asombroso el sinnúmero de riesgos de los que repentinamente estuvimos conscientes: los parques, que antes se nos ofrecían como un entorno saludable y apropiado para las correrías de Inspector, se presentaban ahora como enormes extensiones por escrutar; el río y su presa nos parecían una amenaza. ¿Y si se acercaba a la verbena atraído por el olor de la comida y lo retenía alguno de los feriantes? ¿Y si alguien lo capturaba para llevarlo a las peleas de perros? ¿Y si cruzaba la calle descuidadamente y lo arrollaba un coche? ¡A cuántos peligros se encuentran expuestos los pobres animales en estas inconmensurables ciudades nuestras!
He llorado descontroladamente bajo la ducha esperando en vano que el agua caliente arrastrara lo que los sollozos no han podido arrancar de mi alma. A las cuatro de la tarde alguien dijo haber avistado un perro como Inspector. Hallaron su cuerpecito yerto junto a las vías del tren, exánime.
El amor ha sido derrotado: no bastó todo el afecto que le teníamos para exorcizar los horrores depositados en su experiencia. Pudieron más ellos, los malos, a través de la distancia y el tiempo, a través del miedo que le inocularon y que lo arrastró a correr desorientado bajo el estruendo de los fuegos artificiales, solo y aterrorizado, hasta que el tren puso fin a su triste existencia.
He vacilado en contar esta historia, pero he pensado que puede servir para recordar que, ahora mismo, hay muchos animalitos como Inspector necesitando un hogar; que nunca son suficientes las precauciones que se extremen para protegerlos si son asustadizos; que no es posible cejar en la lucha para que el maltrato animal sea perseguido y sancionado.
Inspector nos dejó una lección muy clara que Patricia Vadillo acertó a entresacar: «Gracias por habernos enseñado que se puede olvidar el rencor a pesar del daño que te hayan hecho otros seres humanos. «